Aretha Franklin, una mujer bella

Aretha Franklin

En televisión apareció una señora rotunda, gorda, redonda, a la que el blanco y negro no ayudaba a disimular sus defectos. Ella nos miraba sonriente, confiada, mientras el presentador se ahogaba en frases grandilocuentes. Aretha Franklin cantó. Nadie abrió la boca, hipnotizados, entusiasmados ¡qué hermosa era! Algunos niños se burlaron más tarde, es cierto, y no supe, ni quise, decir “a mí me parece hermosa”.

Años después otra bella mujer me descubrió el secreto con una sencilla pregunta: ¿no crees que cuando quieres a alguien, cuando lo aprecias, siempre lo ves guapo? Sin saberlo, hablaba de uno de los grandes  y primeros problemas filosóficos, el de la idea de belleza, o de lo bello, que según Platón es independiente de la apariencia de lo bello: no es lo perfecto, no es lo deseable, no es lo aprehensible sólo por los sentidos, es la idea que nos colma plenamente.

Si cada época tiene su concepto de belleza y lo proyecta en modelos ideales, Aretha Franklin no encajaba en el de mujer agraciada. Por lo tanto, puede que la percepción terrenal de la belleza femenina dependa de lo que entiende la sociedad. Pero hay más que la admiración de lo simplemente corporal: pues obtenemos una respuesta insuficiente que solo colma lo físico y pierde la totalidad de la persona, ésta irradiará su propia belleza sólo si nuestra mirada se ilumina con el afecto, el aprecio, la admiración.

Descubrí sin saberlo la otra manera de mirar, la que me mostró una mujer en la que resplandecía el talento y la fuerza, hasta trascender su aspecto físico. Aretha Franklin era una mujer hermosa.

Ya han pasado muchos años, y si nunca fue una mujer físicamente bella, ahora la enfermedad y el tiempo han marchitado su vigor. Nunca llevó una vida ordenada, y ahora la búsqueda extenuante e infructuosa del amor ha desgastado su espíritu. Nunca le abandonó su talento, y ahora Aretha Franklin, el mito, la mujer que más premios Grammy ha ganado en la historia, se desvanece poco a poco. Hace dos años, escuchar su voz quebrada –una voz que fue materia y brío, mármol y bronce–  empañaba tristes incrédulas miradas. Gruesa y con la cara ajada, los ojos buscaban la puerta de salida a través del brillo de los focos y los pilotos rojos de las cámaras, avergonzados. Por primera vez vi a Aretha como una mujer fea.

Año 2015, Kennedy Center, homenaje a Carole King. Se anuncia una cantante que es “una de las más grandes artistas americanas de todos los tiempos”. Ante el asombro de todos, que la daban por acabada, aparece la “reina del soul”: elegante, poderosa, cubierta de un abrigo de pieles, vestida de fiesta. Con paso contenido e inseguro se dirige al piano. Con sus setenta y muchos cumplidos, casi desahuciada un año atrás, ataca Natural Woman y vuelve a sonar una voz mármol y bronce, materia y brío, ritmo y majestad.

La imagen de una Franklin anciana, obesa, torpe, con la carne fláccida de sus brazos exhibida, despojándose dificultosamente de su abrigo y, a la vez, dominando el escenario, con todo el público en pie aplaudiendo arrebatados, hará exclamar a los afortunados capaces de mirar más allá de lo aparente: ¡Qué clase, qué elegancia, qué voz, qué hermosa!

 

NOTA: Dos discos, en mi opinión, imprescindibles. El primero es The Queen in waiting, the Columbia years, 1960-1965, canciones más próximas al jazz, mis preferidas. El segundo, Lady Soul, (Atlantic, 1968), ya soul puro pero sin acercarse todavía al pop.

Elvis o la dignidad del artista

UNCHAINED MELODY ELVIS

La aparición del cinematógrafo supuso un gran cambio en el modo de conocer. Antes de esta, la narración oral o escrita, acompañada de dibujos o fotografías, reproducida en periódicos o libros, era la manera a través de la cual se sabía de los acontecimientos. Si el cronista había sido testigo directo, reproducía la realidad que él había percibido mediante la palabra, y por mucho esfuerzo que hiciera en mantener la objetividad, en el resultado final siempre quedaban cosas perdidas: miradas, sonidos, palabras, gestos, olores, sensaciones. Y también aparecían cosas nuevas. El cronista se convertía en narrador, trataba de  transmitir verazmente y ponía el énfasis en determinadas elementos y desdeñaba otros, completaba datos que no había observado a través de lo que contaban algunos testigos, que a su vez reconstruían el suceso. Cuando era necesario recurría a la ficción.

Un ejemplo extremo para ilustrar esto, una ficción que pudo ser realidad. Stefan Zweig, en su libro Momentos estelares de la humanidad nos cuenta, en modo novelado, catorce miniaturas históricas, momentos decisivos en la configuración de la historia con mayúsculas. En el prólogo hace una declaración: “En ningún caso se ha procurado decolorar o intensificar la verdad de los acontecimientos externos o internos recurriendo a la propia invención…”. Después de leer la titulada “La resurrección de Georg Friedirch Händel” uno puede pensar que Zweig viajó en el tiempo y estuvo sentado en la misma habitación que el músico mientras este componía El Mesías aquellas semanas de septiembre de 1741, tal es la omnisciencia que muestra el narrador. Sabemos que no es cierto, pero nos gusta pensar que la realidad fue así, pues la verosimilitud y la calidad de lo escrito nos atrapan y emocionan.

Hablábamos del cinematógrafo. Con la posibilidad de guardar el sonido y la imagen tal y como se produjeran en un momento dado se nos brindó, de repente, la posibilidad de acercarnos de una manera directa a lo que acontecía, sin la presencia omnipresente del narrador-cronista-periodista; de capturar aquellos momentos estelares, reproducirlos y revivirlos. Quiero hablarles de uno de esos instantes y de la lucha por la dignidad de un artista. La grabación está disponible en DVD (Elvis, the CBS concerts recording). El lugar, Rapid City, Rushmore, USA. La fecha, 21 de junio de 1977. Los antecedentes: desde marzo de ese año, Elvis ha dado 51 conciertos, ha sido hospitalizado una vez y detenido por la policía; su salud y su vida personal están muy deterioradas pero el público y sus conciertos son lo único que le queda propio, y acepta que el coronel Tom Parker le siga usando como máquina de fabricar dinero. Pulsamos el botón de inicio.

Elvis entra en el estadio. Está rodeado de una legión de guardaespaldas, todos ellos visten cazadora roja, atentos a que nada perturbe a la estrella.

Un asistente le quita el sudor constantemente. Los minutos de espera ya muestran la tensión en todo el equipo. Elvis no tiene buen aspecto, está haciendo un gran esfuerzo por permanecer concentrado.

Comienza el espectáculo. Interrumpe a los músicos en la primera canción. Algo no iba bien.

Tiene que beber durante su tercera canción. Su voz suena poderosa. La noche parece que va a ser diferente, por momentos puede ser brillante, muy brillante. Pero llega una nueva interrupción. Los músicos, expectantes, tratan de mantener la calma y seguir al cantante. Elvis bromea, gesticula, trata de volver a coger el hilo. Interrumpe, se interrumpe, con la risa-mueca de los borrachos. De vez en cuando se le ve una mirada dura, casi de ira ¿contra él mismo? Se irrita cuando Charlie Hodge trata de colocar el micrófono. Tiene la lengua seca y se le traba.

That’s all right. Toca la guitarra, como en los viejos tiempos. El esfuerzo hace que el sudor fluya y entre en sus ojos. El rostro refleja sufrimiento, retira la mano derecha un momento, luego la izquierda; no soporta mantener el acorde. La voz sigue ahí.

Are you lonesome tonight? La debacle. Olvida el recitativo, disimula, su lengua se traba repetidamente, se ríe estúpidamente ya que otra opción sería aún más ridícula. El guitarrista rítmico, a su espalda, lo mira fijamente.

Treat me like a fool. La estrella se entrega a sus fans y eso le hace revivir. Reparte las toallas que su asistente va colocándole al cuello. La voz vuelve, la concentración también. Es su público. Vuelve a ser Elvis, el rey del rock. Lo único auténtico que puede ser, lo que nadie le puede arrebatar.

If you love me, let me knowYou gave me a mountain.  El rey ha vuelto, y sonríe.

Jailhouse rock requiere energía, le recuerda cuando era joven y fuerte.  Salva al límite la canción. It’s now and never, la introducción, le permite recobrarse y deja otra interpretación sublime. Todo el mundo está más relajado. Elvis parece que terminará sin problemas el concierto. Y llega Trying to get to you. Llega la perfección artística de un inigualable talento.

Cuando canta My way, entristece la mirada y el semblante, suda copiosamente; el significado de la letra parece demasiado irónico cantado por alguien tan deteriorado. La presentación del grupo es desesperante, vuelve la tensión, pues parece que olvida nombres y caras, tartamudea, son demasiados.

Hound dog no le sienta bien. Al igual que todas las veces que ha cantado alguno de sus primeros éxitos. El público está entregado en una mezcla de admiración y morbosidad: ¡quién sabe si es el último concierto de su vida!

Elvis sabe que, a pesar de su desorientación, su sed, su falta de movilidad, sus lagunas, su sobrepeso y su aspecto grotesco, ha triunfado. Está agotado y ya podría dar por terminado el concierto con I can’t help loving you, bien respaldado por la orquesta. Pero Elvis quiere más, quiere algo sublime, que muestre que él sigue siendo uno de los más grandes. Entonces, tomando aire con inspiraciones profundas, hablando entrecortadamente, explica cuál va a ser su próxima canción, y que la cantará sólo con el piano, tocado por él mismo.

Se ha hecho el silencio. Su asistente, tantos años junto a él, sostiene el micrófono y mira nervioso a Elvis mientras este golpea las teclas del piano. El sudor gotea y salpica todo. El rostro muestra el esfuerzo y, también, la satisfacción. Se escucha la mejor versión de Unchained Melody que se ha cantado nunca. Elvis ha recuperado, por unas horas, la dignidad.

Ahora, si quieren, vean el concierto y creen su propia versión.