Maureen O’Hara

MAUREEN O'HARA

Tan solo unos segundos en el noticiario. Ha muerto Maureen O’Hara. Fugazmente aparecen fotogramas de grandes películas y una anciana a la que no vimos envejecer. “Ha muerto Maureen O’Hara” repiten, como si no hubiera pasado nada. Pero muchos recordamos…

Es un día tan triste que vemos Innisfree cubierto con niebla blanca y gris. Allí el fantasma  de John Ford arrastra los pies por la piedra húmeda mientras llora con su único ojo, y el parche se le moja de pena; recuerda otra noche  en la que ella le cerró la puerta de su caravana y él filmó una película con una cámara enamorada. Hizo salir el sol en la lluviosa Irlanda, pintó habitantes entrañables, construyó tabernas llenas de cantos irlandeses y  robó los colores al Greco para que el rojo de su pelo y de su falda, el azul de su camisa y el blanco de su cara la hicieran más hermosa. Irlanda nunca fue tan verde y amable, tan risueña y armoniosa, ni tan graciosa, como aquella vez que Maureen, Wayne y Ford inventaron la historia de amor que todos ansiamos vivir alguna vez.

La tormenta arrecia, las contraventanas retumban rítmicamente, aúlla el aire, pero en la choza de arcilla y espinos se respira la calidez de las pequeñas cosas. Se nos escapa la bella y terca pastora hacia la puerta rota. Esta vez Sean Thornton no logra asir su mano  y desaparece para siempre en la noche.

Ford y Wayne la esperan, whisky en mano, y sólo lamentan que en el cielo no se pueda hacer películas.

A nosotros, siempre nos quedará Innisfree.

Cine, cine, cine.

El-verdugo

¡Qué grande es el cine…grande! Si la literatura es el terreno de la imaginación y la música el de la sensación, el cine lo es de la percepción sensorial cuasi total, la culminación de las artes tradicionales. Una síntesis tan amable que no hace sombra a ninguna de sus partes, y que ha creado su propio modo de contar historias.

Pero el cine es, sobre todo, imagen, por lo que he acompañado estas palabras con un fotograma de una de las secuencias más geniales de la historia, el final de la comedia de humor negro “El verdugo”. Unas paredes desnudas y opresivas no dejan otra salida que una pequeña puerta al fondo: la sala de ejecución. El reo de muerte camina escoltado hacia la muerte; se derrumba; su angustia es terrible, pero es conducido lenta y firmemente por funcionarios y guardias. Detrás, el verdugo, caminando al borde del desfallecimiento, apoyado en otros guardias, arrastrándose en dirección a la sala de ejecución, escuchando tristes palabras de ánimo, negándose a aceptar que está a punto de matar a otro ser humano. Y es esto último lo que nos estremece.

El mejor y más inteligente alegato contra la pena de muerte que se ha filmado.