Confieso que nunca me habría acercado al cuentista Singer si no se hubiera editado este libro de manera tan cuidada. Si en la portada hubiera aparecido uno de esos subtítulos tan reveladores como “cuentos de los judíos de la Europa del este”, o el nombre del autor hubiera estado acompañado de la aposición “Premio Nobel de literatura 1964”, o, finalmente, si un niño judío hasidim con el peinado tradicional hubiera ilustrado la portada, no me habría aproximado a hojearlo con tanto interés. Fue el diseño exterior, con ese aire de libro antiguo y esa ilustración extraña y anacrónica y el más sencillo de los títulos: Cuentos para niños. Todo me avisaba de que ahí debía haber algo importante, hermoso, que despertaba admiración y veneración pues, aunque a veces olvidamos que las editoriales también las forman personas que aman la literatura – gracias, editorial Anaya –, algunos libros son más queridos que otros.
Di la vuelta al libro. En la contraportada, me atrapó el decálogo de razones que inspiraron a Singer a escribir cuentos para niños, toda una sencilla teoría sobre la recepción de la literatura infantil. Al abrirlo, estaba la traducción al español íntegra de la obra Stories for children, publicada en inglés en 1984, traducida a su vez del yiddish.
Además de los cuentos, de los que nos ocuparemos en la segunda parte de este artículo, había una nota del autor al principio y un pequeño ensayo a modo de epílogo titulado ¿Son los niños los mejores críticos literarios? En él expone el autor sus ocupaciones y preocupaciones literarias: su concepto de literatura infantil, su crítica a la asepsia moral y estética imperante en el momento; su rechazo a los mercaderes que han invadido el templo de la narración para niños con sus mensajes moralizantes y una supuesta universalidad, desprovista de cualquier rasgo de identidad; reivindica la fantasía y la verosimilitud en los cuentos y la presencia del bien y del mal. Recomiendo la lectura de este texto –y del discurso de Singer en la ceremonia de los Nobel – a aquellos que, como yo, nunca hemos terminado de entender por qué en las librerías, los colegios, las bibliotecas y los hogares desaparecieron los cuentos tradicionales, desplazados por libros paternalistas e insinceros. Pensábamos entonces que aquello era un sinsentido mientras mirábamos la cara de estupefacción de nuestros hijos, que no entendían que el lápiz López, la goma Gertrudis y el sacapuntas Santiago cooperaran para que el dibujo de la paloma de la paz de la clase ganara el concurso del colegio; o que los monstruos no fueran sino buenazos solitarios que estaban marginados por ser diferentes. La mordaza de lo políticamente correcto nos impedía expresar lo que nuestros hijos, al cumplir unos pocos años, enjuiciaban implacablemente: “Vaya rollo”.
Hasta aquí lo escrito por el autor. Ahora bien, son cuentos para leer a los niños (o para que estos los lean) que pueden suscitar interrogantes varios en torno a nombres, costumbres, historia, personajes. Para resolverlos, cada cuento está anotado cuidadosamente, y se añade un glosario en yiddish, para que cuando leamos blintz, cheder, dziads, Gemará, Hadvlah, Tashlisk las palabras se llenen de contenido acorde al relato. Es un complemento necesario para conocer el referente cultural y religioso de Singer, una lengua moribunda, un folclore singular, un lugar y una época, elementos omnipresentes en su ficción.
Dos textos más encuadran todo lo anterior. El magnífico prólogo de Vicente Muñoz Puelles, que nos presenta a Singer mediante una recreación de la ceremonia de entrega del Nobel y de los pensamientos y palabras del autor. Una corta pieza escrita desde la admiración que nos ahorra una erudita glosa. ¡Isaac Bashevis Singer protagonista de un pequeño cuento! Nada le habría agradado más.
Termino con las ilustraciones. Aquí se traiciona el espíritu de Singer, que prefiere la palabra desnuda en el cuento. Más allá del acierto de haberlas incluido en el libro, Javier Sáez Castán, el ilustrador, aporta unas imágenes inquietantes y extrañas, yo diría que oníricas. Desconocemos el motivo de este enfoque. Quizá ha querido hacer algo especial, acorde con el aura de pasado perdido que rodea el libro. Y eso me hace pensar en si ha tratado de reflejar qué imágenes ocuparían los sueños de los niños judíos de un pueblo polaco como Bilgoray de principios del siglo XX. Niños que no conocieron la cultura visual que decenios más tarde se extendió, cuyo mundo se reducía a su pequeño pueblo o ciudad, a su barrio y a una comunidad centrada en su religión. Afloran aquí unas cuestiones interesantes sobre las que reflexionar y que simplemente apunto: ¿Cómo imaginaban en otras épocas las narraciones? ¿Qué imágenes distintas a las nuestras poblaban sus mentes al escuchar los cuentos?
Hasta aquí el objeto, el libro bellamente editado, el trabajo editorial, que frecuentemente no apreciamos y que contribuye a que nos acerquemos, con gusto, a obras desconocidas.
En la segunda parte, hablaremos de los cuentos.
Hola Jose, empezar la mañana descubriendo un autor, un libro, y leyendo una reseña tan comprometida y entusiasta como la que acabas de dejarnos, te hace creer firmemente que este día no puede ser tan casual y monótono como sus predecesores.
Quizá, y me surge este planteamiento, este post sea una entrada o una puerta. ¿Adónde? No sé, quiero dejarme llevar y ser curiosa como Alicia antes de descubrir su país de las maravillas. Quiero leer cuentos de niños siendo adulta o quiero ser de nuevo niña que lee cuentos de niña, no lo tengo claro. Pero me has ayudado a dar el primer paso. Gracias.
Por supuesto, comparto en Facebook y twitter.
Espero la segunda parte.
Un beso.
Isa Merino.
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Estoy de acuerdo con Isa, lo describes de tal modo que te vuelves a enganchar a la lectura de cuentos para niños
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