Cunqueiro de Galicia ( I )

Photo by Ana Muinelo Monteagudo

 

Era el año noventa. Acudía en coche a una reunión de trabajo en Pontevedra, cuyo asunto, que requería mi presencia ineludible, me es ahora imposible recordar. De noche, supe que entraba en Galicia por las vueltas y revueltas, subidas y bajadas de la carretera. Y porque llovía. El sueño estaba a punto de derrotarme, mis párpados vencían a mis ojos. Y en esto que amaneció a traición, y la lluvia cesó.

No estaba en carretera conocida; esta era comarcal, con un asfalto negro mate, limpio tras tanta agua nocturna. Detuve el coche, cerré los ojos unos minutos. Luego, miré al lado del copiloto buscando un mapa. Un paquete de galletas abierto, una carpeta, y un ejemplar de “La otra gente”, de Álvaro Cunqueiro en el asiento. Aquel libro me lo regaló Guillermo, un amigo coruñés. Era Guillermo bajo y rotundo, de camisa abierta en los días más fríos del invierno; su nariz, grande, se aparecía roja en más ocasiones de las debidas. Hombre inteligentísimo, mezclaba rusticidad con una gran erudición. Gallego hasta la médula, tiraba de ironía fina, socarrón, cuando alguien, o algo, no le agradaba

– ¿Qué tal fue la cena en casa de tu primo y su nueva mujer?

– Me cayó mal la gata de mi primo.

Y siempre acompañaba sus comentarios con una media sonrisa desafiante.

Como decía, el libro, manoseado, gastado, me lo entregó Guillermo, con cierta solemnidad, el día que nos despedimos para no volver a vernos. Vino a decirme, emocionado, que me consideraba capaz, a pesar de no ser gallego, de disfrutar  y entender a Cunqueiro y sus tipos gallegos retratados. Aquel libro, escrito primero en lengua gallega, Xente de aquí y acolá, y luego traducido por el autor al castellano, fue la primera obra que leí de don Álvaro, y a la que no dejo de volver cuando necesito sonreír y pasar un breve rato fuera del mundo.

En fin, que en vez de dormir, cogí el libro, bajé del coche, observé el paisaje. A mi alrededor (estaba por Tierras de Miranda) todo era verde, exuberante y hermoso, salteado de unos pocos trazos amarillos pintados por algún henar. Me adentré en un prado a estirar las piernas. Ya el sol hacía brillar el verdor húmedo, y un aire jugoso entraba a raudales con cada inspiración. Allí lo encontré. Paseaba, deteniéndose de tanto en tanto ante una planta o un árbol, al que miraba ensimismado, un anciano, sombrero y gabardina antiguos, que se apoyaba en un gran paraguas con una extraña empuñadura en forma de rostro humano.

Saludé con un “buenos días”, él levantó su sombrero y preguntó de qué parte de Galicia venía. Le contesté que era andaluz, pero que familia gallega tenía. Me observó unos segundos. Luego, miró alrededor y dijo que no había un paisaje más hermoso que aquel, una geografía toda de brañas y breñales, fragas y brezales, carbelleidas, castañares y toda suerte de arbustos y plantas; que uno podía imaginar y escribir de cualquier lugar del mundo si conocía esta naturaleza, pues escondía secretos.

– ¿Sabe que este humilde arbusto, la ginesta o retama, Genista Hirsuta, en el siglo X adornó el casco de Godofredo de Anjou, Conde de Anjou? Así sus descendientes heredaron el sobrenombre de Plante-genêt, y más tarde se constituyó la famosa dinastía Plantagenet, reyes de Inglaterra. Además, no hay nada mejor para hornear el pan.

Me invitó a acompañarle a una fraga próxima a la que tenía mucha afición y a la que hacía muchos años que no había visitado. Explicaba cada hierba, cada flor, cada planta, y las ilustraba con personajes de la historia, de la mitología griega, de la celta o con campesinos de las aldeas gallegas que decía haber conocido, cuando no describía una receta gastronómica que le llevaba, de nuevo, a Ricardo Corazón de León, o a Beatriz o a Julieta.

Se detuvo e interrumpió su monólogo, pues yo no había abierto la boca hasta ese momento.

– Veo que está leyendo mi libro. Le tengo gran cariño y disfruté mucho escribiéndolo. Pierde en castellano, o a mí me lo parece –dijo algunas frases en gallego y prosiguió–. No recuerdo si yo mismo, o algún amigo, declaró que yo había hallado las eras secretas donde aran los gallegos. Puede ser. Pensé que con el tiempo nadie lo leería. ¿En qué año estamos?

Cunqueiro había fallecido diez años antes. Era un loco o un bromista. Sin embargo, preferí seguir el juego y preguntarle sobre La otra gente. Estábamos en la frondosidad de la fraga y no se veía ya la carretera.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Un comentario en “Cunqueiro de Galicia ( I )

  1. Jose me ha gustado mucho tu charla con Cunqueiro. Hombre,algo de gallego si que tienes. Me gustaría conocer algo de Cunqueiro. No lo he leído nunca.
    Ya podemos decir Hasta pronto. Un abrazo Myriam

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